sábado, 19 de julio de 2008

(fragmento de olvidos)



“Dijo el muchacho a la moza…”
No soy de interpelar. No. Pero te veo así, tan severa, me desconcierta. Sabés que siempre fui adepto a la fiebre, sí, esa décima, tan magnífica, tan ridícula. Sabés lo que pienso, cómo lo pienso, la mecánica que tengo que elaborar para poder acercarme a algunas cosas, a algunos deseos (tuyos, prácticamente). Pensé (siempre lo pensé) que te fascinaba la forma en que necesitaba de esas pequeñas minuciosidades, casi a viva voz pero enmudecido, como las cosas que declinan hasta el silencio: nacen de su principio artesanal rescatadas de la elocuencia o del oficio hasta su tiempo justo, su función bien sabida y luego solo la imagen, el signo vacío, el adorno bobo, el desmedro, el sórdido colapso en la vereda.
“desde un comienzo te vi…”
No creí saber más de vos (lo supuse, lo supongo). Soy descifrable, con tendencia al aburrimiento. Me he acostumbrado a la zozobra ya de las cosas sobre mí. Hoy me acordé (creo que escribe ese recuerdo por mí) de una mañana en la que deslumbraba. La casa de un amigo, los pies descalzos en las baldosas y el recuerdo tuyo (aunque aún no te había conocido) una proyección verdadera, hermosa y el frío que iba trepando, creciendo desde el pie, el mate tibio y una conversación trivial, mi amigo más bello que de costumbre, su sitio en la silla, las premoniciones ciertas de la angustia que hay en todo júbilo…
“dijo el muchacho a la moza…”
Yo hablaba y vos desoías. Nunca escuchaste, fingías, yo lo sé. Y en el fondo nunca te lo conté pero sabías de mi secreta desconfianza para con las palabras, que prefería besar cuando ya no había qué decir y que era imposible sacarme de ese mutismo entonces, aunque lo intentabas y yo te hacía rabiar sin quererlo, porque realmente nunca hallé intimidad en decirnos después de amar. Siempre tuve el mismo miedo de querer decir y no hallarte, confundirte entre los gestos o poner la voz donde los abismos y que no entendieras. La impotencia por traducirme sin que todo aquello sobreviniera para agotarnos.
“como un jazmín del país…”
Aproximarse a vos era pensar sobre lo invisible también. Intuirse en ciertos espacios, estremecido vivamente; columbrar cuando menos los síntomas de tu presencia, la ansiedad demorada en la garganta de un segundo; prestar la debida atención, mansamente, y ver quizá ahí los hilos del titiritero para jugar con más justeza a tu alrededor y deshacerme así de tanto alboroto y de tanto pesado anhelo. Aproximarse era, pues, también abdicar, creer devotamente en la renuncia, en que todo aquello nada valía, nada, más que cruzar esos puentes abstrusos: de la silla de mi amigo a tu cama; de aquel frío punzante, algo incómodo en las patas, a mi sopor, ahora, espléndido; de aquella certeza del día al abrir los ojos y la imagen afuera, la ciudad viajando tras el vidrio, hasta esta renuente alegría, esta precaria ambición de que hoy tal vez me hayas entendido una palabra al menos.
“en el sueño o en la vigilia…”*





*música de fondo: “Como un jazmín del país”, A.Zitarrosa

Foto: Juan

miércoles, 2 de julio de 2008

.pm




Si lo vieras ahora sentado en la oscuridad. Se ha dado otra vez al suicidio sigiloso, gregario, el mismo ejercicio auto-destructivo bien aprendido ya a su edad. Repasó en la cabeza algunas postales categóricas a la escucha del concierto de brandemburgo número dos, la más exquisita pieza barroca que se haya escrito a su entender.
Pensé en lo placentero, en lo lábil y (seguramente también él lo haya pensado) en cómo algunas díadas suenan en música irremediable para los imbéciles.
Repasé la escena, traté de encontrar qué parte de quién había devenido en qué cosa, en cuál recuerdo… Volví a la música (ya sonaba otro movimiento, quizás otro concierto), concluí que sería una pena que al apagarse el universo dejase de reverberar aquella música, porque di entonces con la idea (atávica) de que lo peor que podía ocurrirle a aquel tipo tan sentido, tan mínimo,
era, en este instante,
perder el tiro del final, la oportunidad de retornar
siquiera (quién sabe) en qué dejavu
Ardió otra vez,
las cosas habían vuelto a ir mal,
de que prontura alumbraría otra vez,
sin más,
solo una mañana
al salir de la cama.